Un hombre y una mujer se encuentran
sentados en el interior del café de los incoherentes, cerca de Montmartre. Es 1940,
el primer año de la ocupación nazi de París, y en el interior del local, en una
esquina, ondea la cruz gamada. Un alemán, con insignias de alto rango, entra al
local acompañado de un soldado joven con metralleta. Las miradas de los
contertulios se desvían fugaces hacia las figuras, que toman asiento cerca de la
pareja sentada en medio de la sala. Al poco, las miradas se relajan y vuelven a
sus quehaceres.
Por debajo de la mesa, la mujer retira
la pierna, que roza, en un movimiento juguetón, la de él. Aunque la mirada
femenina es seria, los ojos exhalan una extraña excitación. Él sostiene, encorvado,
una taza de café con el líquido ya frío. Alza la mirada y fija los ojos en los
de ella.
—Querida, querida.. permíteme, ¡ya te la
agarro yo!
La mujer asiente e inspira con
profusión. Retira la pierna con lentitud, y, debajo de su falda, aparece un
maletín. Él la mira con tristeza...
—Querida, querida... ¿Me esperas en la
calle mientras me dispongo a pagar?
La mujer niega con los ojos rojos y con
la persistente excitación en el rostro. Vuelve a pasar el pie por la
entrepierna del hombre. La acción le lleva, de nuevo, a ocultar un maletín bajo
su falda.
—Querida, querida... ¡no hay tiempo!
¿Recuerdas? Espérame en la calle.
—Claro, cariño. —Responde ella—. ¡Te
espero fuera!
Al levantarse, ella le pasa la mano con
ternura por el dorso. La mujer observa en su retirada del local al camarero, al
alemán, al soldado, al viejo borracho sentado en su esquina, a una pareja de trabajadores,
y lanza, una última mirada triste, a su amado.
En la calle, espera mirando el reloj de
muñeca con nerviosismo. Se pasa los dedos por los labios. Las cortinas de la
puerta de entrada del local no le permiten ver el interior. En ese momento, su
amado surge con andar encorvado; ella, con premura, le agarra por debajo del
brazo. Caminan unos pasos, giran una esquina y el temblor de una flagrante
detonación acaba con el café de los incoherentes en una lluvia de sangre,
cenizas y humo...
FIN
Ella duda y, en ese momento, comienza a
llorar. El joven soldado alemán, metralleta en mano, se acerca hacia ellos.
—¿Qué sucede, aquí?
—Acabamos de cortar. ¡C’est la vie! Pero
estas tontas mujeres, que les da por llorar...
El soldado asiente no muy convencido;
entonces, se percata del maletín que asoma por debajo de la falda.
—¿Qué lleva ahí? —Señala con la
metralleta.
—Soy médico y...
—Abra el maletín. —Le encañona con el
arma.
—No. —Dice la mujer.
En ese momento el hombre también rompe a
llorar, los ojos del soldado se abren desmesuradamente y dispara contra la
pareja, que cae fulminada al suelo. El soldado se acerca, abre el maletín y ve,
en el interior, una bomba programada para detonar en tres segundos...
FIN
Ella le dirige una mirada airada
mezclada con nerviosismo. Tose preocupada. Baja la cara al suelo y se dirige a
la puerta de la calle con lágrimas. El soldado alemán resigue la escena
intrigado, es en ese momento, sin la protectora falda de la mujer, que descubre
el maletín bajo la mesa...
Alza su metralleta y lanza una ráfaga de
disparos que atraviesan el cuerpo del hombre. La mujer, al filo de las cortinas
que separan la entrada del local de la acera, solo tiene tiempo de escuchar los
disparos, pues una poderosa detonación la hace volar, impelida por la onda
expansiva, metros afuera. De bruces en el empedrado suelo, con la cara llena de
cristales, escupe y llora...
FIN
La mujer retira el pie de debajo del
cuerpo del hombre, en esa maniobra, acerca el maletín bajo su propio asiento.
—No, querido. Cambio de planes. Me quedo
yo con ella. Espérame tú en la calle.
Él asiente con una sonrisa, pero no
puede evitar mirar en dirección al soldado alemán, que mira nervioso en su
dirección.
—Te espero fuera, cariño. No tardes.
El encorvado hombre observa en su
retirada del local al camarero, al alemán, al soldado, al viejo borracho
sentado en su esquina, a una pareja de trabajadores, y lanza, una última mirada
triste, a su amada.
Al salir a la calle, observa un lejano
reloj anclado en la iglesia. En el interior del local se escucha una ráfaga de
metralleta. Se dispone a entrar corriendo, cuando, una arrolladora onda expansiva
le echa de espaldas contra el suelo. El local de los incoherentes es una
humareda, de sangre, fuego y cenizas...
Está gracioso, Sergio :D. Aunque es muy cortito. Molaría leer algo un poco más largo. Y quizás con otras opciones más allá del Sí o No. Yo escribí hace tiempo uno de humor en plan Elige tu propia aventura y me lo pasé pipa. Aquí lo tienes por si quieres echarle un ojo: https://despiertacuervo.wordpress.com/2014/01/01/como-ser-un-conejo-y-no-morir-en-el-intento/
Está gracioso, Sergio :D. Aunque es muy cortito. Molaría leer algo un poco más largo. Y quizás con otras opciones más allá del Sí o No. Yo escribí hace tiempo uno de humor en plan Elige tu propia aventura y me lo pasé pipa. Aquí lo tienes por si quieres echarle un ojo: https://despiertacuervo.wordpress.com/2014/01/01/como-ser-un-conejo-y-no-morir-en-el-intento/
ResponderEliminarUn abrazo
Isma