«Feliz día de la madre»
A finales del siglo XXI sucedió la
Gran Enfermedad, una vasta pandemia que asoló la Tierra, despoblándola del noventa
por ciento de la población masculina. Ante la peligrosidad de una inminente extinción,
científicas del Instituto Bexter, en Australia, crearon una sustancia sintética
denominada Spermium. El compuesto recreaba casi a la perfección el líquido
seminal masculino, pero, poseía una pequeña imperfección, no todas las mujeres
podían ser anfitriones. Una incompatibilidad genética permitía, solo a unas
pocas, gozar de los derechos de la procreación...
—¿Estás escuchando RAO-66L1Z?
Antiguos nombres como Sergio, Richard,
Sahul, Muhammad, John, Javier, Michael, y tantos otros, desaparecieron hace
años. El nuevo nomenclátor, 26+1+10,
introdujo una manera inequívoca de nombrar a los ciudadanos del planeta.
El chico desvió la mirada de la ventana y atendió al reclamo de la maestra
robótica.
—Sí, señorita Green.
—Debes estar atento. Hoy visitaremos a
las Madres.
RAO mostró una sonrisa forzada, no
comprendía la estupidez de visitar, una vez al año, a aquellos entes genéticos
conocido como Madres. Seres gigantescos, parecidos a las grandes ballenas que
hace centurias poblaban los océanos, ahora con múltiples vaginas que producían
docenas de niños al año. Por suerte para RAO, la alarma de fin de clase sonó. La
maestra les permitió desconectarse de sus puertos neuronales, para volver a la
realidad física más inmediata e iniciar la excursión programada.
⁂
El pasillo del centro, Mitochondria-5, alberga en celdas repletas de líquido amniótico,
una docena de ballenatas gigantescas, alteradas genéticamente que disponen de
múltiples vaginas humanas para la recreación. Cuando el éxito del Spermium
requirió de un caudal de mujeres compatibles que no llegaba, las científicas
idearon otra estratagema. El ADN de los enormes cetáceos producía un 99% de
coincidencia con el humano, no fue de extrañar que escogieran a las ballenas
como portaestandartes de la supervivencia de la raza humana.
Así, aprobado por una inmensa mayoría
en la Organización Universal, nacía el proyecto Mitochondria; una inmensa red de centros repartidos por todos los
continentes que acogían a inmensos cetáceos que producirían en lotes grandes cantidades
de niños.
RAO, aunque seguía las evoluciones del
resto de compañeros, no observaba los grandes paneles donde residían las
madres. Ni tan siquiera se conectaba por el puerto neuronal para reseguir con falso
interés los tutoriales de aprendizaje del complejo; él observaba, con una
fascinante despreocupación, los inmensos leds del techo en un hastío
inigualable.
—¡Veo que no muestra el respeto por
las madres que debería!
La voz de la señorita Green surgió de
repente a su espalda. Esto le sobresaltó un poco, pero no fue nada comparada a
la inmediata acción que realizó la androide, denominada señorita Green, al
agarrarlo con fuerza del antebrazo. Señorita Green le arrastró, pasillo abajo,
mientras se alejaban del resto de compañeros.
—No, señorita. Atenderé. Seré
respetuoso. Se lo prometo.
—¡Demasiado tarde! Se le han concedido
demasiadas oportunidades, RAO-66L1Z.
Aunque el estiraba, pataleaba y luchaba
con todas sus fuerza, el férreo abrazo de la androide continuaba su marcha
imparable hacia un nivel más elevado en el complejo. Un pitido en una compuerta
metálica, que se abrió al paso de ambos, les permitía avanzar a otro nivel. El dúo
avanzaba, ella estirando, el resistiendo, por un tubo de vuelo, un ascensor
propulsado por corriente aérea que les impulso aún más arriba.
Se encontraban en la parte superior de
las piscinas. Decenas de andamios con barandillas atravesaban las enormes
tinajas que contenían a las Madres.
Más abajo, las ballenatas observaban a través del cristal a los niños que las
veían, con muecas, que se asemejaban a sonrisas, abrían los ojos en desmedida, alzaban
las aletas en extraños saludos y mostraban los filamentos semejantes a dientes.
La señorita Green paró al llegar al
cartel que rezaba Madre-0.
—Este es tu juicio.
Lo agarró de la pierna y de un brazo,
lo alzó por encima de su cabeza; el chico pendía en el aire, hasta que,
impulsado por el fortísimo empujón de los brazos robóticos, cayó al interior de
la tinaja. La zambullida, de más de veinte metros, le introdujo de forma violenta
en el espeso líquido amniótico. Al principio creía que se ahogaría, los
pulmones se rellenaron con aquella sustancia, pero cuando comenzó a calmarse,
comprendió que no se ahogaría. Podía respirar. De haber podido suspirar, lo
hubiera hecho, sin embargo, al voltear dentro de la tinaja, y darse la vuelta, observó
a la inmensa masa de carne en frente de él. La Madre flotaba ingrávida dentro del tanque de contención; con
lentitud, la ballena acercó el rostro hasta el muchacho. El inmenso ojo, con
una pupila tan grande como el muchacho, pestañeó una única vez, hasta conseguir
enfocar la visión sobre la pequeña figura que flotaba delante de ella. Al fin,
la ballena abrió la boca y mostró los filamentos anclados en su interior que hacían
las funciones de dientes y se los mostró a RAO. Este se asustó, intentó nadar
en dirección contraria, pero Madre
nadaba mejor y más rápido que él.
Con delicadeza, Madre lo acogió en la boca. La barba dentada no era dura, como
cabría esperar, se asemejaba más a un cepillo, a pesar de ello, le permitía sujetar
con firmeza a su retoño. El animal adoptó la verticalidad en el tanque, aleteó
con la cola trasera y produjo un salto, con el muchacho aún en la boca, que la
impulsó metros más arriba. En la cúspide del arco trazado, escupió al muchacho
a una zona acolchada, cerca del andamio desde donde la señorita Green lo había
arrojado. El cuerpo del animal volvió a caer con un chapoteo espectacular, que
muchos jóvenes aplaudieron desde detrás de la vidriera de contención; mientras
RAO escupía el líquido e intentaba recuperar la respiración normal, la señorita
Green acudió a su lado.
—¡Madre le ha dado la vida por segunda
vez! Aprovéchela.
RAO miró a la enorme bestia, que, con
su gigantesco ojo, le seguía observando, y, comprendió en aquel instante, el
lema repetido hasta la saciedad en el centro escolar: la gratitud es la memoria
del corazón. Lloró desconsolado al pensar en el enorme monstruo en el que se
hubiera convertido...
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
"La gratitud es la memoria del corazón", me encanta esa frase y tu relato, por supuesto. Eso sí que es un espectáculo acuático y no los de Marineland. Por cierto que también estoy dándole vueltas a un relato sobre una pandemia, ésta sólo ataca turistas y se sitúa en Barcelona.
ResponderEliminarSaludos!
Borgo.
Hola Mr. Borgo.
EliminarEsa frase, entre otros muchos, la utilizas tú. ;-> La conocía de antes que me hiceras el cómic, pero tú la inmortalizaste de manera preciosa.
¿Pandemia de turistas en Barcelona? jejeje Pero eso no es humor, es una crónica de una pandemia anunciada. jajajaja
¡Eres un crack Mr. Borgo!
Un abrazo Miquel.