domingo, 2 de junio de 2019

«El levante las mueve, y el poniente las llueve»



Recuerdo la primera vez que vi ese árbol, debió ser hace diez años, ¿alguna vez estuvo erguido? ¿Nació así? Su deformidad, su extrañeza, le confería una preciosidad única, atrayente, casi mágica.

No se mostraba erguido como otros de su especie, las ramas altas y frondosas no apuntaban al cielo, no buscaban la ansiada libertad celeste, el ramaje terrenal rozaba el suelo en una caricia tierna a la amada tierra.

En este tiempo fui y vine, me alejé y me acerqué, estuve en muchos lugares y en uno solo, pero por más que viajara no vi nunca árbol alguno que sus ramas tocasen el suelo, no al menos en la manera que lo hacía mi viejo amigo de Torredén; ni las ramas de chopos, sauces, cedros o banianos, por citar unos pocos, emulaban su antiverticalidad. Todo él, recostado, a modo de cadalso torcido, un retrato surrealista que, a pesar de la poca estética en un árbol, robaba las miradas de cuanta persona se fijaba en su figura.

No sé si le quedaban muchos años, o pocos, su apariencia física no demostraba lo uno ni lo otro, aunque cada año mostraba con orgullo su ramaje verde, caduco, que reflorecía con cada nueva primavera.

Hace dos días —tomé la foto el 23 de abril, Sant Jordi, aunque este escrito lo hilvané dos días después— me dirigía a la Ciudad Condal, mi inevitable devenir, camino a la estación, me conducía por delante de mi amigo. El rucurucu insistente alojado en mi pensamiento, «hazle una foto», esas pequeñas cosas que dejas pasar. Saqué el móvil y se la tomé, unos hombres en un café cercano me miraron con una sonrisa extraña, ¿burla o simpatía?, o quizá es que ellos ya habían tomado esa foto hace tiempo. En la foto, no muy bien tomada, solo se apreciaba su pose, deslucido de su verdadero encanto natural, por suerte su extraña anatomía refulgía: «¿y si un día no te vuelvo a ver?», pensé.

¿Por qué me es imposible quedarme callado en la soledad de mis pensamientos? Una cháchara infernal, un devenir de arrolladora incontinencia mental, una inutilidad propia de la gente pobre con contenidos vacíos de existencia. ¿No podía quedarse acallado el nihilista que hay en mí mientras, simplemente, miraba a mi amigo? Maldita sincronicidad cósmica, ley de atracción o ¿premonición?, no importa el término barato de esta pobre filosofía new age descafeinada de principios de siglo. La gente pobre tiene pensamientos filosóficos pobres, es la amarga realidad de estos tiempos.

Una semana después el ayuntamiento podó y troceó a mi amigo, vi sus restos, pequeñas virutas y troncos apilados, descansaban en un rincón de la acera, su vacío en el lugar de su nacimiento se me antojaba un crimen del que formaba parte, una tristeza me invadió, contuve una lágrima. ¡Debo estar loco! Dejo escrito lo que no me atrevo a verbalizar, es un insulto pensar.

Adiós, querido amigo, ya no veré tus ramas retorcerse en el suelo, ni acariciaré de nuevo tu tronco, medio caído, recostado en tu eterna siesta que mi memoria evocará hasta mi último aliento, ahora ya puedes descansar en paz, árbol querido, árbol amigo.



Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


1 comentario:

  1. Que belleza, naturaleza pura y cariño por un amigo tan maravilloso, leal y compañero de brazos y corazon verde! nosotras tenemos los nuestros tambien, gracias! saludosbuhos

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