«Es casi imposible llevar la antorcha de la verdad a través de una multitud sin chamuscarle la barba a alguien»
«!Je, je, je!, ¡no, no, no!», fue lo único que escuchó. Las risas
surgieron inarticuladas de vida, faltas de sentimientos, una vibración carente
del más puro sentido animístico; tras ella, la triple negación imitó el mismo
modo sin ninguna clase de aporte sentimental, era un simple «no», y era esa
frialdad la que la dotaba de una peligrosidad desconocida.
La claridad de las estrellas no llegaba hasta ella, el
tupido manto de ramas impedía cualquier entrada y a medida que sus pasos la
introdujeron poco a poco en el interior del bosque, cuando se giró, ya no vio
la senda, ni el cartel, ni mucho menos el río. Un frío susurro la azotó:
«Auxilio, caracoles, cuidado, cielos, demonios, hombre,
diablos, mujer, gracias, salud, suerte, muerte».
Escuchaba las desnaturalizadas palabras danzando a su
alrededor y, aunque llevaba bien abotonado el abrigo, un frío intenso se
apoderó de ella.
«Auxilio, caracoles, cuidado, cielos, demonios, hombre,
diablos, mujer, gracias, salud, suerte, muerte».
Se coreaban, repetían y amplificaban en un eco sordo, del
frío pasó al helor, el más mínimo roce acústico le producía pequeños cortes en
la piel, desgarros finos y alargados. En la cara un alargado hilillo de sangre
le recorría la mejilla.
«Auxilio, caracoles, cuidado, cielos, demonios, hombre,
diablos, mujer, gracias, salud, suerte, muerte».
En la frente un nuevo corte delgado y más sangre. Se llevó
las manos a los oídos, cerró los ojos, bajó la cabeza por miedo a que le
hirieran en el cuello y se ovilló en la tierra. Le costaba respirar.
«Auxilio, caracoles, cuidado, cielos, demonios, hombre,
diablos, mujer, gracias, salud, suerte, muerte».
La impropiedad de aquellos sonidos impuros desgarraba con
nuevos cortes su abrigo y por las hendiduras entraba el frío y el helor. Un antiguo
y gélido dolor penetró hasta sus entrañas e ingresó en partes íntimas de su
cuerpo. Poco a poco, envuelta en un dolor indescriptible, arrodillada y
exhausta como estaba en la tierra, un mareo se apoderó de ella...
«Auxilio, caracoles, cuidado, cielos, demonios, hombre,
diablos, mujer, gracias, salud, suer...», pero el desgarrador canon no finalizó.
Una última visión, un tanto difusa, le mostró una sombra ataviada con una
chaqueta negra, una figura corpulenta familiar apareció de entre el ramaje con
una antorcha en la mano y gritando:
—¡Putas palabras! ¡Fuera de aquí bastardas! —El corpulento
ser atizaba el aire con la antorcha y la llama hendía el espeso aire, golpeando
la incorporeidad que chillaba y se debatía—. Y algunos imbéciles dicen que las
palabras no hieren. ¡Fuera he dicho! ¡Parodias del lenguaje! ¡Fuera!
Pero la visión de aquella etérea batalla fue su último
esfuerzo, los ojos se le cerraron y la oscuridad se apoderó de ella.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
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