«No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente»
Capítulo I. Tercero.
Cruzó los
brazos por delante del pecho e intentó, con aquel abrazo a sí misma, darse
calor. Un viejo truco aprendido en la infancia para sacudirse el frío nocturno que
se apelmazaba en torno de su cuerpo. La prenda, una fina camisa unida por
tirantes a su pantalón, no poseía el suficiente grosor para paliar la notable
bajada de la temperatura. El camino bordeaba un río donde, en la linde, a ambos
lados, crecía imparable el tusilago y, aunque el verdor de la creciente planta
se veía oscurecido por la negritud de la noche, se intuía su viveza gracias al
resplandor lunar y los destellos de la espuma en el riachuelo, luminosidad que se
extendía por la improvisada plantación durante todo el vaivén sinuoso del
caudal. Mientras, el murmullo de la huidiza corriente la acompañaba en aquella
caminata cada vez más gélida e inexplicable.
—¡Eh, tú,
blanquita!
La voz, un
eco grave surgido de una garganta abisal, venía desde lo alto de un ribazo, un
montículo de piedras un tanto alejado del camino. Levantó el rostro siguiendo
el origen de las palabras, estas surgían desde un extraño ser vestido con
gabardina negra y bastante corpulento, y cuál no sería su sorpresa al percatarse
de lo más extravagante de su interlocutor: ¿no tenía cara? Se fijó mejor. Un
rostro sin boca, labios, pero le había escuchado, las palabras habían acudido a
ella desde él. Se quedó quieta, en medio del camino entre el ribazo y el río,
sin dar un paso ni atrás ni adelante, inmóvil, hipnotizada por la carencia de
algo que se supone debería estar ahí y no estaba.
—¿Se te ha
comido la lengua el gato? —insistió el corpulento ser.
Lo miraba y,
cuánto más lo hacía, una atrayente sensación de irrealidad se apoderaba de
ella, ¿qué hacía allí?, ¿dónde estaba?, ¿quién era ese personaje surgido en
mitad de la noche? Y lo más importante... Detuvo sus pensamientos al fijarse en
un elemento de atrezo muy importante, ¿qué sostenía el ser sin rostro en la
mano? Una extremidad ancha, conformada por una gran palma y un único dedo pulgar,
agarraba cuál tenaza una chaqueta mullida bastante larga.
—Venga, boba,
¿acaso te gusta pasar frío? Acércate y ponte esto.
La familiaridad
en su voz, el violento discurso despreocupado de sus palabras, ¿la había
llamado boba?, le hicieron acercarse hasta él con cejo fruncido, mirada desconfiada
y cejas arqueadas.
—¿qué es eso
de boba? ¿qué te has pensado? aquí el único bobo eres tú. —Había reducido la
distancia entre ambos.
Ante su llegada
el ser sin rostro movió con brusquedad la mano y, con fuerza, lanzó en un
ángulo muy elevado la chaqueta, la prenda describió un exagerado arco de vuelo hasta
ella, por un instante fugaz pensó en dejar a la prenda continuar su vuelo, permitirle
cruzar el aire en un disconforme y vengativo gesto de desprecio, no levantar siquiera
la mano para agarrarla, pero el frío pudo más que la aversión de las palabras y
la agarró al vuelo.
—¡Eres
insufrible! A ver si mayusculeas correctamente tus frases. Hablando
siempre en minúsculas, ¿te crees que así eres graciosa? Blanquita, no te
hicieron más boba por falta de imaginación.
Mientras pasaba
un brazo por el hueco de la manga de la chaqueta, las palabras la abofeteaban
con una ignorancia desconocida, no entendía ni la mitad de lo que su enfadoso
interlocutor había dicho, ni tampoco entendía el porqué de la animadversión
hacia ella. Tampoco tuvo tiempo para preguntar, de un brinco el ser desapareció
tras el ribazo. Sorprendida por la repentina desaparición se acabó de abotonar
la chaqueta y, para cuando se acercó al murete, se puso de puntillas y espió por
encima de las piedras, no vio a nadie al otro lado, un campo de espigas altas escondía
la huida del personaje. Al menos, el calorcito de la prenda que la envolvía
empezaba a surgir efecto, ya no tiritaba, miró al suelo y decidió continuar las
pisadas en el suelo.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
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