«[...] alzando el candil con todo su aceite, dio a don Quijote con él en la cabeza, de suerte que le dejó muy bien descalabrado; [...]»
1
Una estancia delante de ella contenía cinco hileras de librerías dispuestas en paralelo, sin contar las dos laterales que forraban las paredes, y dentro de ellas miles de libros. Caminó, caminó y caminó, las estancias se unían unas con otras por mediación de un pequeño túnel, y cada una formaba una forma geométrica distinta a la anterior. Alzó la cabeza, las risas surgían de un volumen que brillaba con una inmensa luz blanca. |
2
Cruzó las manos delante del pecho, «Espera, espera», y, con mimo, depositó el pesado en el hueco de dónde había salido. A oscuras, avanzaba con pasos cortos, giró en una esquina, sorteó una hilera de cinco estanterías paralelas con dos adicionales pegadas a las paredes. «Lo sabéis, me acerco a ella».
De la siguiente sala, de un libro, emanaba una brillante
luz grisácea.
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3
—¡Maldita, boba! ¿Cuánto tardará? —Estaba sentado en
una silla desvencijada, en medio de una habitación destartalada.
El libro empezó a emitir un haz de luz, al principio triangular, después cuadrado, rectangular, hexagonal, así variando en forma y colores.
—¡Bien, bobita, estás cerca!
Encima de la mesa, el pesado libro tembló y una página empezó a emitir luz. Una extraña luminosidad, casi imposible de describir su fulgor.
Se recolocó el sombrero y, con cuidado, abrió el
volumen por la página que emitía un intensa luz negra.
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«Tú no encuentras los libros,
son ellos los que te encuentran a ti».
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
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