«El talento se forma en la soledad; el carácter, en medio del torbellino del mundo»
Capítulo V. Exlibris.
La tierra tembló y las puntas de los tallos en la hierba se alzaron hacia el cielo succionados por un fortísimo remolino aéreo que emitía destellos blancogrisáceos en todas direcciones. Dos formas semihumanas danzaban dentro de él, un ser bajito y una mujer alta de pelo blanco. Para cuando el pequeño Maelstrom se desvaneció Utla y su acompañante estaban uno enfrente del otro cogidos de las manos.
—¡que... que... mareo! —Soltó las manos de Utla y cayó de rodillas al suelo.
—Tranquila. Tómate tu tiempo. Es normal sentirse mal después de una succión cronotópica.
Con una parte de sus sentidos atrofiados por el vaivén antinatural y con una sensación de vértigo anclada en estómago, garganta y cabeza, lo que realmente le produjo mareo fue escuchar, por vez primera, la voz de su anfitrión. Surgía en un tono dulce, similar a la del ser vestido de negro, su hermano, pero aunque en gravedad sonaban parecidas, la de Utla poseía un timbre más cálido.
—¿hablas?
—Aquí sí.
La redondez de la amorfa cara se estiró hacia los lados, como si, a pesar de no tener boca, le dirijiese una gran sonria. Demasiadas emociones, parpadeó, Utla le tendió la mano y, agarrándole la palma, se dejó ayudar. De nuevo en pie miró en derredor. Se encontraban en una pequeña colina y a lo lejos divisó una ciudad, con fábricas, casas, un granero de forma cónica, un puerto con embarcaciones, algunas a vapor y pequeños edificios extendidos por la ribera del río. Un alargado y enorme puente de piedra cruzaba de lado a lado la caudalosa corriente. El humo negro de las chimeneas empobrecía el paisaje y ennegrecía la visión del entorno.
—¡que lugar más feo!
—Si es un lugar precioso.
Volvió a revisar el lugar, casitas bajas con techos piramidales, la azulosa agua brillaba cuando las nubes permitían a los rayos solares restañar sobre ella, la desembocadura del río moría en la inmensidad del mar, el entorno parecía propio de un cuento de hadas pero por más empeño en observar la belleza, que su anfitrión aseguraba, las columnas de humo negro surgiendo de las fábricas la apartaban de todo pensamiento de beldad.
—¿dónde estamos?
—¿Qué libro cogiste en la biblioteca?
¿La biblioteca? ¡Había buscado un picaporte pero no lo encontró! Se había arrastrado hasta el fondo de un ropero y se había deslizado por unas escaleras en forma de caracol hasta un limbo oscuro, repleto de libros y candiles. ¿El libro? Sí, en su mente, como si las palabras de Utla fueran un resorte mágico, aparecieron imágenes de las ideas que le evocaban aquellos caracteres indescifrables. Un chico joven, travieso y un tanto perverso con los animales. Empequeñecido por las artes mágicas de un duende. Nils, Nils Holgersson se llamaba. Había gansos, muchos, y a lomo de ellos en un proceso migratorio sinfín cruzaban suecia, de sur a norte y de norte a sur, igual que lo hicieran los antiguos colonos que poblaron aquella tierra, pero llegados a este punto existía una complicada mezcla de visiones arremolinadas en su mente, los colonos no formaban parte de Nils, ni de los gansos, ¿por qué vió además imágenes del hermano de Utla, un gallo negro y una chica joven?
—me confundo.
—Céntrate en el chico.
¿Cómo sabía Utla que estaba pensando en un chico? Tampoco tuvo mucho tiempo de pensar en esa frase, nuevas visiones, tan claras que parecía tenerlas delante, pasaron fugaces por su pensamiento.
Nils se despedía del ganso. Pasaron un par de años. Nils, con un cuerpo más recio, propio de un adulto, abrazaba a un hombre y una mujer mayores que él, besos en las mejillas, palmadas afectuosas, algunas lágrimas. ¿Eran sus padres? Nils partía de una casa humilde con un cobertizo repleto de animales y marchaba con un grupo de jóvenes a través de las carreteras, apenas pertrechaban pequeños hatillos al hombro y, después de una penosa marcha durante días, llegaron a una ciudad colindante a un río, con fábricas repletas de chimeneas y de ellas un humo negro ascendía hasta el cielo, y, reposando al margen del río, pequeños barcos pesqueros. Pagaron peaje en un puente de piedra que atravesaba el caudaloso río, entraron en la ciudad y, el chico, se puso a trabajar como pescador pero un caudal de agua inundó su visión. Un gallo negro, picotazos y un tesoro. Muchas lágrimas. El hermano de Utla, vestido con su atuendo negro, se sentaba en un banco de madera. Se encontraban en el interior de una taberna, ¿qué hacía él al lado del chico?, le hablaba y, de nuevo, más palmadas. Después la imagen se emborronaba, y el ser vestido de negro se había esfumado, la escena era la misma pero sin él. Nils seguía en la misma posición, estirado medio cuerpo encima de la mesa, con una jarra de cerveza en la mano y los ojos, acuosos, mirando al vacío.
—tu hermano está aquí —Dudó—. por cierto, no me has dicho como se llama.
—Me preocupa más Nils.
—¿por qué no quieres decirme cómo se llama tu hermano?
El pequeño ser zarandeó de un lado para otro la cabeza, la respuesta costó de llegar, como si tuviera algún impedimento en pronunciar el nombre, aunque finalmente respondió:
—Nutla.
—¡oh! utla y nutla, ni que fuérais gemelos o algo así.
—Algo así, pero dime, por favor, ¿dónde está Nils?
—lo vi en una taberna. estaba con nutla. aunque después no.
—¿Mi hermano estaba con él?
—no lo sé. la imagen era bastante... confusa.
—Estimada, debemos averiguar que le ocurre a Nils.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
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