domingo, 18 de diciembre de 2016



Habíase un lugar, 

llamado Ensoñada




Muchos marineros no creían en ella, pues eran de la opinión de creer solo en aquello que veían con los ojos, pensaban que tal isla solo existía en la imaginación de algunos crédulos. Otros pocos, sin embargo, defendían haberla visto, allí distante entre las brumas del amanecer y del ocaso, cuando la falta de luz obliga al ojo a esforzarse más. Los más atrevidos, juraban verla constantemente en sus sueños, tan efímera como la escarcha del amanecer que, apenas se veía, desaparecía con los primeros rayos de sol.

Según algunos escritores, poseía Ensoñada un gran puerto, donde barcos de todas las épocas y lugares podían atracar. El pago por amarre y desembarco era barato, un pequeño sueño de nimio valor. Esta pequeña retribución, aparentemente inocua, podía llegar a ser una gran carga con el paso del tiempo, sobre todo para los capitanes asiduos a visitar la isla, pues ellos eran los únicos a pagar el doble, un sueño por amarre y otro por desembarco. La acumulación de estos oníricos impuestos, por pequeños que pudieran parecer, acababa con el tiempo con las ilusiones de cualquier buena persona que las pagara. Hubo muchos capitanes suicidas, ya sin sueños, que se lanzaban apáticos de ilusiones al fondo del mar. Para evitar la falta de capitanes se creó, tiempo más tarde, la Casa de Empeños Soñadores, donde capitanes, tripulantes o viajeros podían cambiar sueños ajenos por dinero, y de esta forma, no perder los propios. Mucho se habló de esta casa de empeños, de las irregularidades y la corrupción que acabaron con ella [pero de ello hablaremos en algún otro lugar]...

Ensoñada era una gran ciudad situada en la costa de una gran isla. Durante mucho tiempo, algunos geógrafos de lo onírico creyeron que era una península apegada a Realis, sin embargo, estudios posteriores aseguraron que definitivamente era una isla aislada en el mar Somnus. El clima era por norma general atemperado, la brisa del mar rebajaba las temperaturas y siempre había vientos cálidos en el día y la noche. No obstante, los capitanes debían proteger sus embarcaciones en las épocas de tormentas, pues furiosos rayos y huracanes azotaban la zona durante unas semanas.

Las calles de Ensoñada recorrían en zigzag la ciudad; la avenida principal, Refomá, estaba repleta de pequeños puestos de comerciantes, de hecho toda la ciudad estaba plagada de ellos, y era la primera ocupación de la mayoría de ciudadanos Ensoñadenses. Vendían artículos de aquende y allende los mares: artilugios extraños, utensilios imaginarios, joyas imposibles, sueños perdidos, u otras rarezas difíciles de encontrar, entre otros muchos pertrechos...
Los ávidos comerciantes intentaban vender a foráneos y a recién venidos artículos a precios desorbitados. Pues, ¿a cuánto se podía vender la onza de un sueño? El vender materiales intangibles, en la mayoría de casos, creaba una difícil situación entre comprador y vendedor, pues se abría una nueva cuestión: ¿cómo tasar el valor de algo intangible? Es por este hecho, iniciador de no pocos disturbios y peleas continuas entre comerciantes y compradores, que las autoridades de Ensoñada decidieron fundar la casa Marlín de Tasadores Asociados, única en toda la isla, con capacidad, recursos y personal capacitado para poner solución a aquella situación. Fue esta casa la que comenzó a establecer cambios justos a otras divisas de manera equitativa: una moneda de oro por un sueño profundo, media moneda de plata por una pesadilla recurrente, una moneda de cobre por ¿nada?, pues la nada también poseía su valor, por citar algunos de los ejemplos más solicitados...

Un dato curioso, rescatado por antropólogos temporales, indicaba la antigüedad de Ensoñada, posiblemente la segunda ciudad más antigua, solo superada por la mítica Energ Optalb, anclada en las profundidades de Bosque Oscuro. De la ciudad isleña nadie supo quiénes fueron los fundadores, algunos hablaban de piratas de Realis exiliados, otros de colonizadores astilianos, también existía una versión escrita, menos creíble, en un antiguo libro conservado en la biblioteca Ginoviva de Riorodado, en un fragmento se podía leer acerca de una invasión de monos de pelaje marrón que podían hablar, sin embargo, los lingüistas oníricos pensaban en ello como en una metáfora para describir las incursiones de los piratas o la colonización de los astilianos. Tampoco se narraba nada acerca de posibles habitantes anteriores, por lo que la verdadera naturaleza del origen Ensoñadense no pudo ser demostrada con prueba alguna.

Lo que sí era cierto, y legendariamente conocido, era la belleza de los nacidos en la isla. Los nativos, tanto mujeres como hombres, presentaban unos rasgos preciosos, su fisonomía atraía a todo ser que se acercara a ellos. Algunos hablaban de una antigua maldición congénita traspasada de progenitores a hijos, la leyenda contaba que la observación de un rostro Ensoñadense por vez primera vez, para quien no estaba acostumbrado, podía suponer el enamoramiento absoluto por parte del observador. Es por ello que muchos Ensoñadenses caminaban con el rostro tapado, sobre todo en las zonas portuarias, donde la proliferación de extranjeros era mayor...

Como último apunte, cabía destacar que Ensoñada quedaba al margen del tiempo, en un margen onírico aislado, por ello, cualquier ser de cualquier época, podía acabar literalmente con sus huesos en sus playas.

Existía un antiguo dicho: «Si alguna vez caes en Ensoñada, no se te olvide pagar tu estancia con un pequeño sueño», y algunos cizañeros apostillaban el dicho popular con una frase de invención propia, «pues cosas horribles les suceden a los que no realizan el pago».

Ensoñada, la más gran isla del mar Somnus, guardaba muchos secretos, la mayoría de los cuales, aún nadie desveló...

Esto es verdad y no miento,
y como me lo contaron,
os lo cuento.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

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