«Platero es un burro pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos».
Capítulo 1
– Trapero
Trapero
es grande, peludo, robusto; tan duro por fuera, que se diría todo de acero, con
una armadura en vez de huesos. Tan solo sus cristalinos ojos anticipan un
atávico pasado de moradores norteños.
Va
suelto, camina por la calle mayor y por las calles chicas. Acaricia con sus
manos los escombros, apenas los roza, busca en su interior tesoros imaginarios.
Lo llamo: «¡Trapero!». Y se gira, con un andar sereno y una risa burlesca,
riéndose nadie sabe de qué taimada idea, pero con esa inocencia de los críos de
escuela.
Agarra
para si todo cuanto le doy. Adora el cobre, la grifería, toda de plata; los
cuadros no los quiere, ni siquiera los marcos, pero se deleita con algunos
libros...
Aparta
con ternura los objetos, con pueril obsesión; metales a un lado, plástico a
otro y no se olvida de los papeles. Paso cerca de su casa los domingos, cuando
los hombres de ciudad acuden trajeados a la religiosidad dominical, y se unen
en el oficio de rezar. A Trapero, le escuchamos tararear, siempre entona alegre
alguna canción. Y comentan.
—Tiene
acero...
Trapero
tiene acero, cobre y plata, está última siempre de luna.
Cada
domingo, a vuelta del oficio, paso a tomar un trago. Llevo una botella oscura
de la sangre diluida de cristo. Trapero calla, escucha, es buen tesorero del
corazón humano, más que algún psicólogo despistado; muchos -yo incluido- harían
bien en aprender de su quedo silencio.
Produce
un tosido ronco al hablar, es esa clase de ronquera propiciada por una vida
pobre en recursos, pero sin remilgos en la expansión de cariño.
Continúa...
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
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