«En las tinieblas la imaginación trabaja más activamente que en plena luz»
[...] A pesar de encontrarse más reestablecida, la convalecencia
lleva a cualquier enfermo a extender el período de reposo un tiempo más allá de
la propia sanación, y es en ese estadio de poscuración donde el convaleciente
lleva un cansancio asociado, un adormilamiento que debilita mente y cuerpo, y
necesita dormir. Fue ese estado el que la llevó a la cama, no tenía frío y por
eso no se tapó. Quizá, en esa duermevela, creyó que la puerta se abría poco a
poco y una mano gris, desprovista de los cinco dedos habituales, depositaba sin
hacer ruido un pesado volumen en una de las sillas de la entrada. Quizá solo
fue el inicio de un sueño, se levantó, envuelta en su dormidera, y cogió el
libro de la silla...
Capítulo IV. Imaginarius.
«Una página en blanco.
O un fondo negro.
O la más pura nada.
Son tres ejemplos y valdrían cualquier número indistinto de ellos
para clarificar lo que antecede al principio creador de todo ser viviente,
sintiente, empático o inteligente. Cada cuál asimila en un orden propio de colores,
olores, sonidos o hasta roces en la piel u olores, el anticipo de esa catarata
de palabras, ideas, conceptos, formas, geometrías, numerología, plástica o
expresiones vocales lo que anteceden a la vulgata imaginativa.
Para entender ello debe aplicarse el siguiente axioma: «Logos, Somnus
y Mors». Logos, el único, moldea la realidad; le antecede Somnus, la pluralidad
planificadora; le sucede Mors, la nada oscura. Tres vértices repartidos sobre
una banda de Moebius en los que debe transitar el ser en el intento de diseñar,
construir y aceptar la realidad hasta su fin, que no es tal. Se debe caminar
por el lado infinito de la banda para abandonar el mundo de la vacuidad, en el
que ya no imperará el desasosiego, ni el dolor físico, mental, espiritual u onírico.
[...]
La plasmación de esos principios, con todas sus connotaciones
cognitivas, se plasma en el mundo con un nombre: imaginarius, un espacio
dimensionalmente trascendental, definido como un objeto o lugar más grande por
dentro que por fuera. Se encuentran múltiples referencias a dicho concepto en
el imaginario: el hatillo mágico de cierto abuelito que extraía de él objetos
más grandes que el propio fardo, una nave temporal propiedad de un señor del
tiempo con forma de cabina telefónica o, y este es el objeto más notorio por su
bajo coste y facilidad de difusión, un objeto creado por una especie (nonata)
llamado libro; este último, muy extendido, con tamaños, ancho, alto y
profundidad de lomo variables, distintos ejemplares en colores y texturas, incluso
los materiales variaban; una creación que, a pesar de su aparente inocencia,
entraña una peligrosidad máxima, pues condensa en su interior la palabra, una
invención que agrupa la peligrosa palabra en frases, líneas, párrafos y
capítulos, su vastedad sobrepasa su propia limitación física alcanzando el vasto
mundo de las ideas, se expande más allá de las fronteras de fantasía e,
incluso, supera las limitaciones del reino del último suspiro. Es, en esos
objetos, donde queda el poder tan sumamente condensado, donde se alumbra la
razón suprema del ser, en ellos se aúnan los tres conceptos prescritos anteriormente.
En esa peligrosa creación, el libro, se entremezclan los tres
principios: la creación que, más temprano que tarde, finaliza con la inevitable
aniquilación; pero, donde se podría pensar en la finitud, aparece el particular
uróboro y la negritud despierta para, cansada una vez más de su propio vacío,
volver a soñar».
(I)-MMXX-I-III
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
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