«ParecĆa, por lo menos, que no le habĆan enseƱado a mentir. Pero tampoco le habĆan enseƱado a distinguir la verdad de la mentira»
A los setenta años, Emilio, recibió un particular artilugio
como dotación de la herencia de su reciĆ©n fallecido tĆo-abuelo Canuto. Una
mĆ”quina del tiempo. Observó la mĆ”quina y leyó las instrucciones, ¿para quĆ©
querrĆa aquel cacharro? Emilio, un viejo solterón, quien nunca se habĆa casado
ni habĆa tenido una relación mĆ”s allĆ” de dos meses, de carĆ”cter sobrio y, sin
ser huraƱo, alejado de las personas en un desdƩn propio de misƔntropos
observaba la mĆ”quina. ¡Este cacharro debe gastar mucha luz! ¿Para quĆ© lo
quiero? Cuanto mƔs intentaba convencerse de la inutilidad de aquella mƔquina,
mƔs pensaba en ella, y cuanto mƔs pensaba nuevas ideas y cƔbalas mentales
acudĆan a Ć©l. ¿CuĆ”ntos errores cometió en el pasado? ¿QuĆ© podrĆa haber cambiado
en su vida de haber tenido un consejo, el suyo propio, para no caer en las
trampas de la existencia?
El manual de instrucciones, que leĆa Ć”vidamente en diagonal,
advertĆa de las mĆŗltiples carencias de la mĆ”quina:
[...] 14. la mƔquina no estƔ destinada a personas con
capacidad fĆsica reducida [...] 18. los niƱos deben utilizarla siempre con la
supervisión de un adulto [...] 22. Las superficies metÔlicas pueden calentarse
con el flujo temporal por lo que evite tocarlas [...] 26. Los saltos temporales
pueden programarse únicamente en decenios [...] A mÔxima carga el salto tendrÔ
una exposición de 7 minutos, transcurrido ese lapso la mÔquina retornarÔ a su
época, asegúrese de encontrarse en el interior cuando [...] 42. El salto mÔximo
temporal es de 10 decenios (100 aƱos) cuantificados los aƱos bisiestos [...] 55.
Los usos y alteraciones personales son responsabilidad exclusiva del usuario
[...]
Pues vaya asco, un cacharro que solo saltaba de diez en diez
hasta un tope de cien aƱos atrƔs, y encima tan solo 7 minutos. Menudo timo de
mĆ”quina del tiempo. Miró el cuadro que tenĆa en la pared de su comedor, la
consagración de Napoleón de Jacques-Louis David, una reproducción bastante
fidedigna copiada del original de principios del siglo XIX. Con lo que le
hubiera gustado visitar la Francia Napoleónica; asĆ, abandonado su sueƱo de ver
al emperador, se centró de nuevo en su persona. La primera tentación fue
visitarse a los ochenta o noventa aƱos, pero la idea de no encontrarse en el
futuro le dio miedo. Mejor probarĆa con Ć©l de jovencito. Se sentó en la
silla de cuero del artilugio, una butaca colocada en medio de los hierros que
protegĆan al piloto. Delante del asiento un mando bĆ”sico con tres indicadores:
una rueda giratoria rodeada de números desde el -10 hasta el 10, un botón rojo
y una llave de encendido. Ajustó la rueda, en un primer impulso, a menos -6
decenios, pero visitarse y dialogar con Ʃl a la edad de diez aƱos no
funcionarĆa. Emilio el niƱo no entenderĆa nada de lo que dijera, por lo que movió
la rueda giratoria al número contiguo, menos -5 decenios, y pulsó el botón
rojo.
La vida se desperdicia en la juventud. Se vio con veinte aƱos,
en la salida del Valkyrias Dark, una discoteca que frecuentaba mucho, de
baile en baile sin preocuparse mucho de la carrera de económicas, la que dejó a
medias y que podrĆa haberle granjeado una vida mejor, y no aquel trabajo de
mierda en un almacén. Se le acercó por la espalda, mientras el Emilio de veinte
aƱos daba tumbos con una cerveza en la mano. ¿Un viejo de setenta aƱos
intentando dar lecciones a un joven borracho con una cerveza en la mano? Los
siete minutos mƔs desperdiciados de sus dos vidas, el Emilio joven ni escuchaba
lo que desgañitaba el Emilio viejo, este último miró la pulsera, faltaban
quince segundos para volver, se dio por perdido, y volvió a la butaca de cuero
de la mƔquina.
De nuevo en casa, se cabreó con él por ser tan sumamente
estúpido. Ajustó de nuevo la rueda y la situó a menos -4 decenios; ahora sà se
escucharĆa, los treinta es esa edad en la que ya no se es joven ni se viejo,
las oportunidades personales flotan delante de uno y se ha aprendido lo
suficiente para saber escuchar. Iba tan seguro de sĆ mismo que no tuvo en cuenta
las circunstancias personales que rodeaban su existencia. A los treinta estaba
en un centro de desintoxicación para alcohólicos, por mÔs que el viejo Emilio hablara,
la mirada perdida de su yo treintaƱero le atravesaba hasta el vacĆo,
¿quĆ© pasaba por su mente a aquella edad? Las mentiras que se habĆa contado a si
mismo, «no era para tanto», «solo fueron unos dĆas», se desvanecĆan ante la
evidencia. Un nuevo Emilio sin salida.
Reajustó por tercera vez los dichosos numeritos de la rueda
giratoria a -3 decenios. A los cuarenta, reformado por completo, sin vicios ni remembranzas
etĆlicas, con un trabajo de mierda, pero un trabajo. Tuvo la suerte de encontrarse
en el Manolo, el bar al que habĆa acudido durante tantos aƱos antes de ser
jubilado. El Emilio cuarentón no se sorprendió al verle, le invitó a un café
que Ć©l aceptó. DisponĆa de siete minutos escasos, le habló de lo importante de estudiar,
que se reinventara, que aĆŗn estaba a tiempo, que sĆ los cuarenta eran los
nuevos treinta, que diera alguna oportunidad a algunas de las muchas mujeres
que le iban detrƔs, hablaba tan atropelladamente de los errores de aquella etapa
que no supo si el otro le habĆa entendido del todo. Su yo cuarentón le
escuchaba con respeto, dando leves cabezadas afirmativas en cada frase, en cada
argumento. Para cuando el Emilio viejo, mirƔndose con nerviosismo el reloj de
muñeca, acabó, el otro se levantó y pagó las consumiciones en la barra. Se
estrecharon las manos, le dio las gracias y se disculpó, pues tenĆa que entrar
a trabajar. ¿HabĆa escuchado algo de lo que se habĆa dicho? Anduvo con un nudo
en el estómago hasta la mÔquina y volvió.
La misma casa, el napoleón anclado en la pared, claro, pues
eso habĆa sido, a los cuarenta retomó los estudios, pero no los de económicas,
se reinventó estudiando Bellas Artes, unos estudios muy bellos, algo asà lo
transformaron por dentro, pero unos estudios carentes de aplicación prÔctica.
Se habĆa malinterpretado y se habĆa reinventado para nada. Ahora se acordaba.
Se sentó en la mÔquina, iba a ajustar la rueda numérica a -2
decenios, pero se quedó con la mano alzada en al aire, ¿y para quĆ©? Si nunca
habĆa escuchado a nadie, ni a Ć©l mismo. No se escuchó a los veinte, no se
escuchó a los treinta, no se escuchó a los cuarenta, ¿por quĆ© tendrĆa que ser
diferente a los cincuenta? Y hablar con aquel, con el cincuentón en que se
habĆa convertido, amargado por desperdiciar a un par de buenas mujeres, por no
mejorar económicamente, un Emilio esculpido por el tiempo, de ideas fijas y
menos amable que el resto. Aquel viaje serĆa un error, una enorme estupidez. Si
al menos se hubiera escuchado con cuarenta. Se bajó de la mÔquina, se fue al
garaje, trajo un martillo, un destornillador, una sierra y unos alicates. Le
llevó una hora desmembrar el engendró mecÔnico.
Si no hubiera leĆdo en diagonal el manual de instrucciones y
se hubiera tomado el tiempo necesario de analizar cada uno de los puntos del
libro, se habrĆa ahorrado unos viajecitos innecesarios:
[...] [66]. El salto temporal es de acceso restringido a mutabilidad
histórica. Se asegura la impermeabilidad del pasado, no pudiendo alterar, ni
por acción ni por inacción, hechos acontecidos. Ninguna excepción... [...].
Cierra tus ojos, encuƩntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
0 comentarios:
Publicar un comentario