domingo, 6 de noviembre de 2016

«Michifuz es una deformación fonética de "Micifuf", el nombre del gato protagonista de "La gatomaquia", un relato en verso escrito por Lope de Vega en 1633»
UTLA

Habíase un lugar llamado inferno,

—Michifuz —gritaba encolerizado el pobre diablo—, ¿dónde está mi leche?

A aquel pobre diablo le encantaba tomarse un gran vaso de leche antes de acometer las fechorías nocturnas. Pero la tina donde reposaba el blanco líquido se encontraba vacía, en el suelo, unas huellas de gato que se alejaban, delataban la autoría del robo. Michifuz ronroneaba tranquilo en una esquina, lamiéndose la pata con su lengua aún blancuzca.

—¿Y mi atún? ¿Dónde está mi atún? —La cólera del diablo iba en aumento. En aquel momento de máxima ira, su nombre, el conocido por los hombres, fue invocado a través de un ritual pagano—. Malditos humanos, no le dejan a uno ni desayunar.

El diablo se encaminó a su habitación, se roció Infernel número 5, se puso la impresionante capa negra y se dirigió rápidamente a la sala de invocación, su nombre continuaba resonando a través de los canales infernales «Ya voy. Ya voy», pensaba enfadado. Justo cuando iba a colocarse en medio del pentagrama, y realizar el demoníaco chasquido de dedos, apareció Michifuz ronroneando entre sus pies. Esto le hizo trastabillar de espaldas, perdió el equilibrio, y comenzó a caer, mientras sus posaderas se iban acercando al suelo, chascó los dedos...

El diablo apareció caído de culo en una sala repleta de hombres encapuchados. Michifuz se escabulló sigilosamente entre sus piernas, pues a diferencia de su amo, él no estaba sujeto al pentagrama pintado en el suelo. Los hombres reunidos dejaron de cantar la canción pagana. La entrada tan peculiar del señor del mal... les había dejado, perplejos.

—¡Oh, señor Oscuro! —carraspeó el encapuchado que parecía ser el líder de aquel conglomerado de satánicos. El diablo aprovechó y se puso de pie, adquiriendo un porte más digno de su nombre—. ¡Te ofrecemos a esta mujer virgen para que nos colmes de tu arcano poder!

El diablo observó con detenimiento a una chica atada en un altar negro. Esta lo observaba enfadada y una mordaza en su boca le impedía hablar. El diablo consultó los canales demoníacos, y en seguida reconoció a aquella muchacha. Era la hija del conde Rego, Lucilda, y por lo que sabía el demonio, la chica era tan virgen como frío era el infierno. El diablo se disponía a reclamar una mercancía más pura, cuando de repente, una turba de caballeros de armadura plateada, entró apresuradamente en la sala.

—¡Deteneos bellacos! La orden de nuestro señor del júbilo eterno no permitirá tamaña tropelía.
—Rápido señor —insistió un soldado—, tienen a la virginal Lucilda, tal como nos temíamos.
—¡Oh cielos! Y han invocado a un diablo. Lucilda, mi amor, no desesperes.

El diablo observaba toda la escena perplejo. Aquella situación no poseía ningún buen augurio. Él solo quería volver a casa, pero una vez invocado solo podía salir de allí bajo una serie de circunstancias, a saber: la entrega de la virgen, una desinvocación, o qué el pentagrama se desdibujara, esas eran algunas de las opciones más halagüeñas...

Los encapuchados extrajeron las espadas de sus cintos. Los caballeros se acercaron a ellos con denuedo.
—¡Por san Jorge!
—¡Por satanás!

Aquello se convirtió en una lucha encarnizada entre hermanos de una fe contra los de otra.

—Mortal —dijo el diablo en dirección al líder de la secta demoníaca—, entrégame a la muchacha o libérame.

El líder invocador asintió, pero justo en aquel momento, una flecha le atravesó la cabezota, después de eso, su cuerpo cayó pesado al suelo.

«Me cago en Lucifer», pensó el diablo, que tan solo quería volver a casa.

La lucha estuvo desequilibrada, los caballeros mejor armados y entrenados dieron buena cuenta de los encapuchados.

—Mi señor, ¿qué hacemos con el diablo? Esta ahí en medio.
—¡Presto! Traed al exorcista.

El diablo observaba la escena con postura digna, pero la preocupación le carcomía por dentro. Aquello no pintaba nada bien. Lo más gracioso de todo es que él sabía que el exorcista y Lucilda habían sido amantes, si el caballero de armadura plateada le hubiera preguntado se lo hubiera dicho. Pero... claro, ¿cómo iba a cruzar una sola palabra con él?

A todas estas, Michifuz ya había vuelto de sus aventuras. Había recorrido los alrededores de aquel templo abandonado, retozado con una gatita del lugar y tomado prestado un pastel de atún de una granja cercana. En medio de la algarabía nadie se percató de aquella pequeña sombra peluda que se escabullía entre los pies del diablo. Con su áspera lengua de minino comenzó a lamer el pentagrama del suelo pintado en tiza. El diablo observaba esperanzado las evoluciones del minino, pero le llevaría tiempo a Michifuz limpiar todo el suelo de tiza...

—Escuchad, joven caballero —dijo el diablo para atraer la atención sobre él—. Lucilda es...
—No os pertenece, señor oscuro. Es mi amada.
—No, no es eso. Es otra cosa, ella y el exorcista...
—No sigáis con vuestra ponzoña. En cuanto llegue el santo prelado vuestra existencia habrá acabado.

El exorcista poseía poco de santo prelado, según recogían los canales demoníacos. Pero el sordo caballero nunca le creería, los tontos de buenas intenciones nunca escuchan a los seres malvados, aunque estos digan la verdad. Poco importaba, lametazo tras lametazo Michifuz había ido borrando la tiza que daba forma al pentagrama. El suelo estaba limpio. El diablo podía escapar.

Todo sucedió muy rápido. El exorcista recién entraba en la sala, el caballero lo miró con orgullo, el recién llegado, por su parte, solo poseía ojos para Lucilda, la cual observaba coqueta a un apuesto soldado que le estaba cortando sus ataduras.

—Adiós, pobres mortales. Sabed que tenéis mi rencor eterno, y a algunos de vosotros os esperaré paciente en el infierno, vuestro futuro hogar.

Y entonces chascó los dedos. Los presentes se quedaron en su vulgar plano mortal y el diablo, con el enroscado Michifuz en su pierna, volvieron al hogar infernal.

../..

Era de día en el inferno, momento para irse a acostar después de aquella desastrosa noche de duro trabajo. El diablo cansado fue a la cocina a buscar un poco de pescado, pues era vegetariano, pero su sorpresa fue mayúscula. El pescado tampoco estaba. Ya sin ganas de enfadarse se preparó un pequeño batido de azufre con nueces y se sentó en un cómodo trono de pinchos y púas. En aquel momento Michifuz saltó a su regazo, comenzó a ronronear y se quedó dormido en sus piernas.

—Y ahora, ¿cómo me voy a dormir? ¡Gato del diablo! —dijo aquel pobre ser demoníaco, mientras acariciaba el pelaje de Michifuz, quien ronroneaba feliz soñando con cataratas de peces, pasteles de atún y el dominio total de la estúpida raza humana.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


1 comentario:

  1. Ya sabía yo que el el Diablo tenía costumbres tan mundanas como nosotros.
    Me encantó este día cualquiera en la vida de Satán.
    Saludos.

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