Estimados,
Cómo anunció Feli hace días, tengo el placer de presentaros: «Mientras corríamos».
Obra dividida en ocho actos que presenté en el concurso literario "Versus II" organizado por "El edén de los novelistas brutos".
Disfruté muchísimo este evento, compartiendo letras en una fraternal lucha contra grandes magos de la palabra, de los que aprendí mucho y conservo buenas anécdotas.
En especial, quiero dar un fuerte abrazo a un compañero de escritura, el infatigable Raúl Omar García, por su paciencia, sus comentarios y su conocimiento.
Espero disfrutéis leyendo el relato.
Sólo existe el amor. ^_^
Comencé a correr a la edad de veinte años. Por aquel entonces mi forma corporal era más bien redonda y según palabras de mi doctor «debía adelgazar». Dieta y deporte. Así fue como comencé a correr, o en nuestra jerga, a hacer running.
En seis meses había conseguido adelgazar doce kilos. Mi compromiso con este deporte era tan grande que incluso me inscribí en la federación de corredores. Y aprovechando aquel arrebatador ímpetu, me apunté a la Carrera de San Cipriano, una famosa carrera popular patrocinada por el ayuntamiento de mi ciudad.
Aquel evento deportivo me ilusionaba mucho. Me entrené a conciencia. Intercambiaba ejercicios de cardio y musculación entre semana y semana. Con mi recién adquirido pulsómetro, regalo de mis padres, regulaba con ardiente interés la intensidad de mi latido y revisaba con asiduidad el histograma de pulsos.
En la federación me asignaron un chip y un número de dorsal. El 1008. Con ese último paso ya estaba listo para correr.
El día de la carrera estaba muy nervioso. Una cantidad ingente de personas se agolpaba detrás de mí. Por suerte los federados nos situábamos quinientos metros más adelante de la salida oficial, bien separados de aquella turba humana. Entonces me fijé en ella. Una corredora guapísima. Llevaba unas mallas verdes ajustadas que realzaban su trasero. Su pelo largo lo llevaba recogido en una curiosa coleta trenzada en forma de zigzag. Y un rostro precioso, como la guinda en el pastel, finalizaba la obra de arte que era aquella mujer.
No pude recrearme mucho pues por los altavoces dieron paso a la emocionante cuenta atrás. «Cinco...cuatro...tres...dos...uno...Listos. Salida. Salida». Chillaba el comentarista mientras seguía contando anécdotas sobre años anteriores. Pude escuchar el griterío humano en mi espalda. Sin darme la vuelta comencé a correr a un buen ritmo pero sin esforzarme. Cuando consiguiera encontrar mi ritmo de carrera podría intentar acelerar un poco. La chica, la de la trenza en zigzag y mallas verdes, iba un poco más adelante que yo. ¡Oh! Entonces me fijé en su dorsal. El 1007. Teníamos números consecutivos. Yo el 1008 y ella el 1007. Aquella especie de tonto azar me hizo sentir algo, y aunque intenté centrar todo mi esfuerzo muscular y mental en la carrera, mi vista no podía apartarse del bonito cuerpo que lucía aquel dorsal 1007. En un vano intento de hombría realicé un esfuerzo y la adelanté. Quería que viera mi dorsal. Si se sorprendió o se dio cuenta de aquella casualidad numérica yo no lo noté. Después de unos duros kilómetros de constante marcha llegamos casi a la par a la meta. Aunque si debo ser sincero mis recuerdos, me ganó ella. Sin embargo, se desvaneció entre la muchedumbre, supongo que de vuelta a su casa, y yo hice lo propio, no sin una cierta amargura dentro de mí.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia