Hoy, una parejita de adolescentes, me acompañan en mi rutinario viaje en ascensor; llevan una indumentaria similar, tejanos rajados, extrañas gorras con viseras de un estridente color amarillo y camisetas de vívidos colores. Ambos presentan una constitución física de menor desarrollo corporal que la de otros jóvenes de su edad. Mentalmente los defino con el término cariñoso «menuditos». Hay un curioso elemento de atrezo el cual puede explicar su particular indumentaria, los dos transportan sendos skates a modo de tabla de surf. Una de las puntas del skate pisa el suelo y la otra punta se apoya contra sus hombros. Son skates de tamaño considerable, sobre todo si tengo en cuenta la altura de esta parejita «menudita».
Ella, al ser de más baja estatura que su compañero, presenta un contraste notable de altura en comparación con su propio skate. Posee una mirada graciosa, formada por esa clase de ojos avispados dispuestos a la atenta observación del presente; un cabello rubio, muy largo, queda recogido en una graciosa trenza que resalta su radiante rostro, su belleza se corona finalmente con un conjunto de espectaculares ojos azules eléctricos. Realmente parece una joven nórdica.
Aunque él es también bajo en altura, físicamente difiere de su compañera, su constitución es corpulenta, su color de piel extremadamente moreno sin llegar a la tonalidad negra, por sus rasgos bien podría ser de origen mejicano o peruano; su pelo corto, negro, bien enraizado, cae ondulado por encima de sus orejas y descansando en sus mofletes se presentan unas graciosas manchitas negras, tan características de la gente del sur. Son una pareja fruto de la hermosa biodiversidad. Me caen inevitablemente bien.
Él se reclina despreocupado en una esquina del ascensor, ella aprovecha tan cómodo respaldo y apoya su espalda contra el cuerpo de él. Cariñosamente el chico enreda las manos alrededor de la cintura de la muchacha y la besa tiernamente en algún lugar detrás de la oreja.
—Para. Me haces cosquillas —ríe ella en un tono jovial, sonrosándose un poquito y mirando en mi dirección un tanto nerviosa.
—Está leyendo, no se entera —susurra el chico quien ha anticipado el pensamiento de su amada. Pero incluso en un volumen tan bajo, mi «superoído» es capaz de captar las palabras. Por el rabillo de mis ojos observo que el chico me mira fijamente analizando todo mi potencial de peligrosidad. Tengo mi libro electrónico sostenido con ambas manos, y mi mirada no se ha desviado ni un segundo de la superficie de lectura, tampoco mi rostro ha mutado su expresión, cual falsa estatua de piedra. El movimiento va por dentro. Después de analizarme durante tres interminables segundos, deja de prestarme atención, no debo representar ninguna amenaza, pues enseguida comienza a hablar en voz alta con su pareja como si yo no existiera.
—El otro día —comenta la chica mirando fijamente mi libro electrónico— leí un libro de mitología griega. Uno de papel.
«Recaspita», pienso, y al escuchar esa mágica palabra «leí», me dispongo a prestar suma atención a la conversación ajena.
«¿No os enseñó vuestra madre que está mal escuchar conversaciones ajenas?»
La mía puso especial esmero en ello, pero por desgracia he salido un hijo rebelde, así que desgraciadamente en contra de los esfuerzos de mi queridísima progenitora no aplico todo lo aprendido en la mayoría de situaciones. Aun así, pienso como excusa en estos cubículos tan pequeños llamados ascensores, y en la carente intimidad de las personas que viajan en ellos, en tan estrecha proximidad las personas deberían tener la decencia de callar, pero con adolescentes de hormonas juveniles un espacio tan pequeño no es prisión para sus tiernas fantasías, sería equivalente a soltar un balón de fútbol en el patio de un colegio y esperar que ningún niño patease el esférico. En mi defensa, además de haber aclarado previamente lo del hijo rebelde, comentaré de paso que no siento ningún pudor moral cuando comienzo a tomar nota mental para una futura entrada, la cual está cociéndose a fuego lento en esta olla «ascensorista».
Él lanza, de nuevo, un besito tierno contra el pelo rubito de la chica.
—¿Y de que iba ese libro de mitología? —pregunta el chico realmente interesado.
—De cupido.
—Qué bonito.
—Pues no. No era bonito. Solo recuerdo que era un capullo —responde la chica con cierta afectación en su rostro.
—¿Un capullo? ¿Por qué?
—Espera, voy a recordar, recuerdooooo...jijiji —se ríe de improviso, él le ha vuelto a dar un beso detrás de la oreja—, déjame un momento bobo, necesito concentrarme en mí, si, ya está, ya lo recuerdo.
El asiente esperando la continuación.
—Era un capullo porque cupido bajó a la tierra a hacer el amor con una chica. Pero le hizo prometer a la chica que le esperara siempre de noche en su habitación totalmente a oscuras. Que jamás encendiera fuego alguno. Y cada noche, a oscuras, hacían el amor. Pero una noche la chica encendió una vela porque tenía curiosidad por ver la cara de cupido. Y entonces el muy capullo se enfadó y la mató.
Ostras, esto no me lo esperaba, skaters interesados en mitología griega. Sin mostrar emoción externa alguna mi mente llora de felicidad ante tan magnífica historia. Con jóvenes así aún hay esperanza para la humanidad. Sin enredarme en mis propias cavilaciones sigo atento cual depredador de historias; el tiburón de las historias de ascensor, ese soy yo.
—Pobre cupido —suelta el chico de repente.
—¿Por qué pobre? —pregunta alarmada la muchacha.
—No sé.
—Pues entonces no digas pobre cupido. Era un capullo. ¿Pobre? Pobre chica. ¿Por qué dices pobre cupido si no sabes el porqué?
—No sé... Quizás no podía dejar de ser como era.
—Los hombres sois todos iguales. Defendiéndoos entre vosotros. ¡Era un capullo y ya está! Pobre chica.
Él levanta los hombros implorando el perdón de su amada. Se le nota que la historia de cupido ya le ha dejado de interesar hace rato, e incluso se ha tornado peligrosa para sus propios intereses. Animado por su innato instinto varonil, proclive este a evitar enfrentamientos con el sexo «fuerte», vuelve a darle un besito tierno detrás de la oreja a la chica. Infalible. Una risita nerviosa se escapa de boca de la «menudita» justo antes de que las puertas del ascensor se vuelvan a abrir. La magia de los besos ha salvado al muchacho. Ella ya no se quiere acordar de cupido ni de la conversación, para suerte de él.
Las puertas del ascensor se abren, hemos llegado al andén, como impulsados por un resorte secreto lanzan sincronizados los skates al suelo, apoyan su pie izquierdo en la tabla y con el impulso de su otra pierna surcan alegres el andén del metro, alejándose de mí velozmente: la parejita, sus skates y tras ellos el eterno cupido.
«93% imaginación, 7% realidad.»
PD: Nota mental. Revisar la veracidad de la historia de esta entrañable parejita de «menuditos» skaters.
PD2: Revisión mental efectuada. Hasta en un aparente embuste reside un poco de verdad. Visitad aquí la historia de cupido
PD3: Nadie puede dejar de ser como es.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Que en un ascensor hablen de mitología griega es desde luego un hecho llamativo y que se destierren frases como "parece que va a llover", es todo un logro.
ResponderEliminarUn abrazo
Estimado Maestro Cahiers,
EliminarSe sorprendería ciertamente en mi barrio de todos los temas que llegan a hablar las personas en el ascensor camino del trabajo, y por supuesto no faltan los comentarios del tiempo, del fútbol y de otros muchos temas, pero nunca dejan de sorprenderme. ^^
Un abrazo Pepe
Cupido no la mató, sólo la secuestró, y no mató a la chica, ella fue al infierno por voluntad propia (más o menos).
ResponderEliminarTeniendo esto en cuenta y que la chica desfiguró a Cupido con aceite hirviendo creo que el chaval del ascensor tenía razón al compadecerse de Cupido :)
Estimada Doctora,
EliminarMe imagino que depende de donde lea la leyenda. Claro, ella fue por que quisó, jaja es la misma historia de siempre.
¿La chica desfiguró al pobre Cupido? eso no lo he ledio yo en wikipedia.
es lo que tienen las leyendas, cada uno las cuenta a su manera, es como un viejo cuento que va mutando de generación en generación. ^^
Un abrazo Doctora y hasta la próxima visita.
Cupido es un personaje muy logrado. Lleva los ojos vendados porque el amor es ciego y viste pañales porque en el amor -como en casi todo- a veces la cagamos.
ResponderEliminar¡Buen relato, UTLA!
bORGO.
Estimado Mr. Borgo.
Eliminarjajajaja efectivamente, en el amor los humanos siempre... pues eso.
Me alegro que te gustara.
Un abrazo miquel.
Coincido con los comentarios! Poco más puedo aportar, no estoy muy inspirada.
ResponderEliminarComo siempre, un relato genial. Te admiro como tambien a Miquel. Qué don más bonito tenéis a la hora de escribir.
Un abrazo muy grande!
Aiya Eowyn,
EliminarMi admiración es hacia tu aporte cinéfilo, siempre presta a ver una nueva cinta, una nueva película. El respeto es mutuo estimada Reina Eowyn.
Namarië Eowyn, Tenna rato.
Y Cupido resultó ser un perverso querubín sexópata. ¿En qué edificio pasa ese ascensor? Se aprende mucho ahí.
ResponderEliminarSaludos.
Estimado Raúl,
EliminarEs un ascensor de mi ciudad, hace tiempo no escucho historia, la gente parec apática ultimamente, pero de vez en cuando, a parte de fútbol y el tiempo, es cucho de nuevo ciertos relatos.
¿Será que los hombres grises nos están secuestrando?
Un abrazo Bruto escritor.