Estoy en el metro. Acabo de cerrar el libro de Julia Cameron en el capítulo uno. Es un libro magnífico, enseña lo sencillo de la escritura, el camino del escritor, con esa clase de frases simples bellamente enlazadas por una maga experimentada. Y al final de cada capítulo un ejercicio.
«Escribe donde estés», reza la cita de Julia.
Estoy en el metro. Alzo la vista. «Escribe», me repito. Y
entonces visualizo a la chica que hay delante de mí. Lleva un vestido verde, de
falda larga, unas graciosas sandalias a juego que dejan ver sus desnudos dedos,
y las uñas pintadas de un brillante morado. Lleva una curiosa chaqueta, esa
clase de chaqueta tejana por encima de los hombros, y por fin me fijo en su
cara; es preciosa, como un lienzo de la más bonita pintura, pelo corto a media
melena, teñida de rubio porque adivino por las cejas que es una mujer castaña.
No quiero que se fije en que la estoy observando, al menos no demasiado,
disimulo mirando el cartel luminoso indicador de paradas.
Ella también escribe en el móvil, tiene unas graciosas
pequitas que me recuerdan a la actriz de aquella serie mítica de televisión
donde los personajes estaban atrapados en una misteriosa isla. Recuerdo el
nombre del personaje pero no quiero ponerle un nombre a esta mujer tan hermosa,
las palabras son mágicas, pero también atan. Ponerle un nombre, por bello que
fuera la haría mía, y yo no quiero eso, quiero que sea libre.
Ahora, aprovechando que alguien se ha levantado, se sienta
en un asiento libre. Ni siquiera se ha fijado que estoy delante de ella, es
como Genoveva Váldez, aquella niña de primaria por la que estaba loco y que
nunca reparó en mi presencia más allá de pedirme algún lápiz u hoja de papel.
Hacía tiempo no escribía tan apasionadamente, con este frenesí
desmedido por intentar trasmitir algo, aunque no lo consiga. Ha sido culpa de
este primer capítulo, me ha calado hondo. Necesitaba un mensaje, una guía en
este camino de espinas, y me ha llegado a través de una luz en el interior de
un libro.
He llegado a mi parada. Ella no levanta la vista. Es el
final esperado, la vida no es una película, no hay melodías tristes de
despedida, ni hay final feliz, tan sólo vida, ni buena ni mala. La vida real
continua ajena a mis deseos, y no importa que mis textos no sean literariamente
del agrado de todos, acabo de superar esa fase.
Eso ya no importa, un narrador solo quiere contar
historias, no importa el estilo, la gramática, las normas rígidas, ni la propia
literatura. Tan solo importa el secreto placer de escribir, y disfrutar haciéndolo.
Gracias Julia Cameron por recordármelo.
«93% imaginación, 7% realidad»
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Soberbio. Todo esto en tan solo un viaje. Creo que vas a ayudarnos a muchos con estos ejercicios.
ResponderEliminarPasaje de colección: «Ponerle un nombre, por bello que fuera la haría mía, y yo no quiero eso, quiero que sea libre.»
Saludos.
...recolector de pasajes, increible "sinopsista", y mejor literato.
Eliminarsiempre un placer "Bruto" escritor.
Puedo entenderte perfectamente lo que puede llegar a trasmitir un libro ademas de una buena sensacion que te deja en el cuerpo una manera fantastica de contarla que te inspiran a escribir., Buen ejercicio Utla y me alegra verte tras las vacaciones jejeje
ResponderEliminarsi, así es estimado Hikari Javier, lo has narrado a la perfección.
EliminarUn libro, ciertos libros, te dejan esa maravillosa sensación en el estomago. ^^
Yo me laegro de verte también estimado Hikari Javier.